Lo Que El Viento Se Llevó

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Últimamente he pensado mucho en mi familia, en especial aquellos que están en Colombia, muchos de los cuales no he visto desde que era niña. Todos estos recuerdos siempre me llevan a mi niñez y a recordar todas las locuras que hacíamos, y digo locuras porque eso era exactamente lo que eran. Lo curioso de ser pobre es que uno encuentra cosas muy divertidas para hacer en los lugares menos esperados. Uno de esos lugares para nosotros era el aeropuerto de Medellín, Enrique Olaya Herrera, el cual está localizado en el suroccidente de la ciudad. Hasta principios de la década de los 80, este aeropuerto era uno de los aeropuertos internacionales de Colombia, y siempre se veían los aviones más increíbles y enormes volar sobre nosotros, muchas veces teníamos que parar una conversación para esperar a que el ruido de los aviones se desvaneciera. Lo mejor de vivir tan cerca al aeropuerto era ir a ver los aviones despegar los fines de semana porque la pista de despegue está junto a una de las calles más transitadas de Medellín y sólo la separaba una cerca de alambre. En ese entonces, la gente trataba de llegar temprano para coger un buen puesto ya que era una de las cosas más divertidas para hacer sin costo alguno. Mis primos y yo explorábamos el lugar y tratábamos de escoger el lugar perfecto, que tenía que ser justo detrás de los aviones antes de que despegaran. Luego esperábamos ansiosamente para ver qué tipo de avión venía por la pista, si era pequeño o si era grande. Si era pequeño suspirábamos con decepción y nos volvíamos a sentar a esperar el próximo. Si era un avión grande corríamos hacia la cerca y empezábamos a contar los minutos hasta que las turbinas enormes estuvieran a todo el frente de nosotros. Nos agarrábamos de la cerca con toda la fuerza que teníamos y nos mirábamos con risa nerviosa porque sabíamos lo que estaba a punto de pasar. Las turbinas del avión hacían cada vez más ruido y el olor a gasolina quemada nos envolvía de pies a cabeza mientras que nuestros padres gritaban “¡Tengan cuidado!” “¡No se vayan a soltar!” Pero no los podíamos escuchar y la verdad no nos importaba lo que estaban gritando porque estabamos muy concentrados con emoción en lo que estaba pasando. Primero, sentíamos el aire caliente del avión sobre nuestras caras, que se revolvía con el vapor y polvo que nos rodeaba, luego sentíamos que el viento que provocaba el avión era más y más fuerte mientras se preparaba para despegar. Lo mejor era tratar de no soltar la cerca para no terminar al otro lado de la calle tan pronto el avión despegara. Gritábamos y gritábamos, nos reíamos, e incluso mi primo menor, Elkin, decía las palabras más obscenas que un niño de ocho años no debería decir. Toda esa emoción sólo duraba unos cuantos minutos, pero era la mejor sensación del mundo. Y una vez que terminaba, volvíamos a sentarnos con nuestros padres a esperar el próximo avión.

Avión aterrizando en el aeropuerto Olaya Herrera (Foto: Aviacol.net vía Didier Pinçon)

Desde ese entonces, el aeropuerto internacional fue desplazado a un lugar diferente cerca de Medellín, pero lo suficientemente lejos de la ciudad. El aeropuerto Olaya Herrera sigue en funcionamiento, pero sólo para aviones más pequeños y vuelos nacionales. El cerro de hierba donde nos sentábamos a ver los aviones despegar ha sido renovado, e incluso ahora tiene bancas para que la gente se siente a divisar el panorama. Hace unos años regresé a ese lugar y la experiencia no fue la misma que recordaba cuando era niña. Los aviones eran más pequeños, el lugar estaba más organizado, y ya yo era una adulta, la emoción se había esfumado por completo. Y fue ahí cuando vi uno de esos aviones pequeños bajando por la pista, el piloto saludó, y tan pronto colocó el avión en posición, aceleró las turbinas pequeñas e hizo que todos corriéramos a taparnos del viento mientras lo veíamos despegar. Y en ese instante, por unos pocos segundos, ese piloto me regresó a mi niñez y a los bellos recuerdos que tengo de Medellín.

Niños viendo aviones despegar en el aeropuerto Olaya Herrera. (Foto: Panoramio)


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6 comentarios

  1. Hay ciertos tipos de felicidad; la mas sencilla, la mas inocente, que el dinero nunca podra comprar.Benditos sean los recuerdos, cuando son dulces y felices.Saludos.

    1. Hola Malen, tienes toda la razón. Es tan agradable sentarse a recordar momentos bonitos, momentos que se comparten con personas especiales, aún más cuando ya no están con nosotros. Un abrazo.

  2. Amo tu Blog!!! cada parte de él… es como sentirme identificada con tanta creatividad, palabras bonitas, sueños hechos realidad y más! excelente.

    1. ¡Tan hermosa, Mabu! Muchas gracias por visitarlo y por leerlo, que aunque a veces pienso que son bobadas, me gusta compartirlas de vez en cuando. Un abrazo.

  3. Que lindo. Gracias por esa historia me llevó a mi niñez también caminábamos por dos horas para llegar a la autopista norte de Bogotá a ver El Paso de la vuelta a Colombia en la última etapa. Nos parábamos por horas y cuando pasaban los ciclistas apenas si alcanzábamos a mover la cabeza de derecha a izquierda con la velocidad de los corredores. Jaja. Solo un segundo después de horas de camino y espera.Ah pero eso sí. Mientras esperábamos comíamos el piquete(fiambre) que mama había preparado y papá había cargado con estoicismo.

  4. Me hiciste llorar de nostalgia y alegría al recordar que mis 3 primos , mis 2 hermanas y yo volabamos a llevar a todos nuestros primos que venían de Supia Caldas a que vieran un avión por primera vez.. amo tu blog.. gracias mil

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